Sus párpados están cerrados, tan magníficamente cerrados. Es un
momento de una serenidad apabullante. Toma un engranaje entre sus dedos
índice y pulgar, suavemente, sin ralentizar su funcionamiento. Una marea
de lágrimas sube de un solo golpe y me sumerge. Suelta su sutil presa y
los grifos de la melancolía dejan de manar. Acaricia un segundo
engranaje. ¿Me estará haciendo cosquillas en el corazón? Río
ligeramente, apenas una sonrisa sonora. Entonces, sin soltar el segundo
engranaje con su mano derecha, vuelve sobre el primero con los dedos de
la izquierda. Cuando me aprieta con los labios hasta los dientes, me
produce un efecto a lo Hada Azul de Pinocho, pero más verdadero. Él lo
siente, acelera sus movimientos, aumentando progresivamente la presión
sobre mis engranajes. Ciertos sonidos se escapan de mi boca sin que
pueda detenerlos. Estoy sorprendida, molesta, pero sobre todo excitada.
Se sirve de mis engranajes como si fueran potenciómetros, mis suspiros
se transforman en gemidos.
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